viernes, 19 de octubre de 2007

Mes morado


Octubre, mes morado. Es el mes en que todo Lima se viste de este color, el delicioso turrón se vende en todas las confiterías y la humareda de los anticuchos inunda las calles del centro de la antigua Ciudad de los Reyes. Las gentes se vuelcan por miles a seguir a las andas del Señor de los Milagros que lentamente va recorriendo las calles. Siempre he visto este abrasador fervor con excepticismo. Pero ahora, que las cosas se me ponen moradas y hasta negras, diría yo, he pensado seriamente en unirme al corro y elevar una plegaria junto a la muchedumbre.

Porque dicen que la fe mueve montañas. Y fe siempre he tenido, fe en Dios, en quien creo a mi propia manera. Nada cercana, esta, mi especial forma de ver mis orígenes, a los cánones impuestos por la Iglesia Católica, exceptuando por las oraciones de rigor (llámense Padre Nuestros o Ave Marías) que cada noche recito antes de dormir, como cuando era niña.

Creo en el poder de estas dos oraciones. No sé qué tienen exactamente cada una de estas palabras que las componen, pero creo que luego de tantos años de ser repetidas por generaciones de generaciones, han adquirido un poder especial de convocatoria que nos acercan más al Creador. Esto más allá de quien las haya compuesto, dicho, o escrito por primera vez y y sin importar quién y cómo sea quien nos creó.

Y esta fe especial que mantengo ahora se siente atraída por el Cristo Morado y sus miles de incondicionales envueltos en sus túnicas moradas que pelean por tocarlo, sus cargadores que soportan la tonelada y media que debe pesar la efigie y las sahumadoras quienes con sus cánticos esparcen el incienzo cuyo humo se va volando por entre sus cabecitas envueltas con blancas pañoletas mientras que las miles y miles de plegarias, súplicas, agradecimientos y ayes de dolor, se entremezclan con los vendedores de relicarios, cruces, hábitos y fritangas, para después desaparecer.

Oh Señor, ora pro nobis. Porque estoy sin trabajo... y estoy a punto de pecar.
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